Luis Daniel Córdova
No había que ser adivino para no pensar que Real Madrid se jugaba su primera final de Champions en Bérgamo. Y le resultó al equipo ded Carlo Ancelotti para sumar tres puntos claves. Un 2-3 para sumar de tres y permitirle a Mbappé sumar su festejo 50, Bellingham y Vinicius Júnior volver a deleitarnos con su talento.
Fue un partido de cuatro estaciones en hora y media. Buen tiempo para el Madrid al principio y durante parte de la segunda parte y temporal también en muchas fases con final feliz. Marcó Mbappé, anduvo listo Vinicius, aprovechó la noche Brahim y repitió milagros Courtois, pero el equipo es ahora propiedad de Bellingham, cuya mejor virtud es el sentido del deber.
Minuto y medio de juego. Brahim se alarga por la derecha, lanza a Mbappé y Carnessecchi le quita el gol. Una mano salvadora a un disparo sin ángulo. Algo más que una ocasión. Minuto 10, misma historia, toma 2: Brahim mete un balón interior al francés, que se prepara un control orientado de jaque mate y remata raso e imparable (0-1). Mbappé en versión Mbappé después de soltar lastre emocional, durante quince minutos, para volver a lo de ahora: frío y calor a partes iguales.
Ancelotti no supo ni quiso contenerse con el convaleciente Vinicius, soldado universal que resulta un ejército en este Madrid. Entró bien en un partido al pie de los Alpes, geográfica y metafóricamente, en noche fría y rival en cuesta. No era solo el gol, sino el plan, con balones largos al mejor Mbappé y a un Vinicius más discreto para desarmar a un equipo cuya cara B es la zaga. Un cuarto de hora inicial que tuvo respuesta italiana. Pasado el shock, el Atalanta invirtió el sentido del partido y hasta de las ocasiones. Dos de De Ketelare fueron anuladas por Rüdiger, defensa del año en el equipo de Ancelotti.
Marcaron un cambio de tendencia en el partido, porque el Madrid se vino atrás, dejó pasar su momento y el papel protagonista cambió de polo: desaparecieron Brahim y Mbappé, se agigantó Rüdiger. Mal dato para todos salvo para el alemán. Y en estas llegaron dos bofetadas: se rompió en Mbappé, lesionado del día (ábrase ya una comisión de investigación), en su mejor momento, y Tchouameni, hasta entonces impecable, le hizo un penal tonto en el descuento de la primera mitad a Kolasinac. No falló De Ketelaere. Era el 1-1 transitorio.
Al partido llegó Rodrygo y Real Madrid andaba metido en el laberinto y, de pronto, le sacó de ahí un golpe de fortuna, un gol de retruque: Djimsiti despejó mal y el toque inesperado en De Roon. Dejó a Vinicius solo ante Carnessecchi y el brasileño, un fantasma hasta entonces, resolvió con un disparo relámpago raso. No le dio tiempo al Atalanta a levantarse de la lona. En la jugada siguiente, Tchouameni, central por su bien, mandó un balón largo a Bellingham, de nuevo comandante supremo del Madrid, que se deshizo con un golpe de cadera de De Roon e hizo el tercero.
A falta de poco más de media hora, Lookman, un demonio ‘neroazurro’, metió el segundo del Atalanta, en maniobra calcada a la de Bellingham. A Rodrygo y Brahim se les fueron ocasiones claras que le hubieran evitado al Madrid el asedio final, con piernas nuevas ya en el Atalanta mientras Ancelotti mantenía a once jugadores fatigados y arrinconados. A siete minutos del final llegó el refresco de Asencio y Modric, alistados en la resistencia. Con el agua al cuello y amarrado al tablón de Courtois llegó el Madrid a la orilla después de recibir veinte tiros y salir ileso para permitirse soñar y encontrar mejores números antes del duelo en Los Alpes.